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Seguimiento de los progresos relativos a los indicadores de los ODS relacionados con la alimentación y la agricultura 2022

Ahora que el mundo atraviesa el tercer año de la crisis de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), se hace evidente que, tras años de progresos, se ha detenido o incluso invertido el desarrollo en varios ámbitos. Si bien el mundo estaba lejos de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) incluso antes de 2020, la pandemia ha agravado esa tendencia, cobrando un precio devastador en la vida y los medios de subsistencia de las personas y en las iniciativas mundiales para alcanzar los ODS. En contra de las primeras previsiones, la pandemia de la COVID-19 mantuvo la economía mundial bajo su control hasta bien entrado el año 2021, lo que agravó aún más una situación ya alarmante en términos de hambre e inseguridad alimentaria, e hizo más difícil la recopilación de datos y las evaluaciones estadísticas.

Según las últimas estimaciones1 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las cifras relativas al hambre en el mundo para 2021 se sitúan entre 702 y 828 millones de personas (con una estimación puntual de 768 millones). Estas estimaciones revelan que, desde 2015, el aumento del número de personas subalimentadas en el mundo ha mermado prácticamente todos los progresos realizados durante el decenio anterior, haciendo retroceder al mundo a los niveles de hambre que prevalecían en 2005. Además, la inseguridad alimentaria grave ha aumentado de forma significativa, que ha pasado del 10,9 % de la población mundial en 2020 al 11,7 % en 2021, empujando a millones de personas de niveles moderados a niveles graves de inseguridad alimentaria y, posiblemente, sumiéndolos en el hambre.

Pese a que los precios de los alimentos se mantuvieron relativamente estables desde 2016 hasta 2019, la proporción de países afectados por la subida de los precios de los alimentos aumentó considerablemente, pasando del 16 % en 2019 al 47 % en 2020. Los precios internacionales de los productos alimenticios se dispararon en la segunda mitad de 2020; se espera que sigan subiendo como consecuencia de la guerra en Ucrania, que ha tenido efectos adversos en varios países importadores de alimentos.

El mundo aún está lejos de mantener la diversidad genética de los animales de granja y domesticados, ya sea en el campo o en los bancos de germoplasma.

En la mayoría de los países sobre los que se dispone de datos, las cifras relativas al promedio anual de ingresos y la productividad media de los productores de alimentos en pequeña escala están por detrás de las de sus homólogos a gran escala. Dentro del grupo de pequeños productores de alimentos, los ingresos de las mujeres son sistemática y significativamente inferiores a los de los hombres en la mitad de los países de los que se dispone de datos. En 30 de los 36 países, menos del 50 % de las mujeres poseen derechos de propiedad o derechos seguros de tenencia de las tierras agrícolas. De acuerdo con los datos de 52 países correspondientes al período comprendido entre 2019 y 2021, solo el 29 % de los países que presentaron información cuentan con disposiciones suficientes en sus marcos jurídicos que protejan adecuadamente los derechos de las mujeres sobre la tierra.

El nivel mundial de estrés hídrico se mantuvo en 2019 en un nivel seguro del 18,6%; no obstante, esta cifra encierra grandes variaciones entre las distintas regiones. Asia meridional y Asia central registraron altos niveles de estrés hídrico con más del 75 %, mientras que África septentrional registró un nivel crítico superior al 100 %. Desde 2015, los niveles de estrés hídrico han aumentado significativamente en Asia occidental y África septentrional. La eficiencia en el uso del agua aumentó en 2019 a 19,4 USD/m3 en todo el mundo, lo que supone un aumento del 12 % desde 2015.

El porcentaje de alimentos perdidos tras la cosecha en la explotación agrícola y en las etapas de transporte, almacenamiento, venta al por mayor y elaboración se estima en un 13,3 % a nivel mundial, frente al 13 % de 2016. Estos porcentajes enmascaran mejoras y deterioros a nivel regional y subregional, ya que las estimaciones varían mucho entre las (sub)regiones.

Entre 2018 y 2022, el grado medio de aplicación de instrumentos internacionales para combatir la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (pesca INDNR) mejoró en todo el mundo. En 2022, casi el 75 % de los países obtuvieron una puntuación elevada en cuanto al grado de aplicación de los instrumentos internacionales pertinentes, en comparación con el 70 % registrado en 2018.

La superficie forestal del mundo sigue disminuyendo, aunque a un ritmo ligeramente inferior al de decenios anteriores. La proporción de la superficie forestal se redujo del 31,9 % del total de la superficie terrestre en 2000 al 31,2 % en 2020. A pesar de la pérdida general de bosques, el mundo sigue realizando algunos progresos en relación con la gestión forestal sostenible. Entre 2010 y 2020, las proporciones relativas a bosques sometidos a sistemas de certificación, bosques en zonas protegidas y bosques sometidos a un plan de gestión a largo plazo aumentaron a nivel mundial.

La cubierta vegetal de las montañas del mundo se ha mantenido más o menos estable en aproximadamente un 73 % desde 2015. Al desglosar los datos por clase de montaña se observa que la cobertura verde tiende a disminuir a medida que aumenta la altitud de la montaña, lo que pone de manifiesto el gran papel que desempeña el clima en los patrones de la cobertura verde de las montañas.

Es esencial mejorar la capacidad de los datos para poder progresar en todos los ámbitos mencionados anteriormente. Si bien se han realizado progresos considerables en la creación de sistemas de datos y estadísticas más sólidos que permitan el seguimiento de los ODS, siguen existiendo importantes deficiencias en los datos. Es difícil cuantificar eficazmente el ritmo de los progresos en las diferentes regiones y grupos socioeconómicos cuando no se dispone de datos con niveles de desglose exhaustivos. También es crucial aumentar las inversiones para mejorar la recopilación de datos y reforzar su capacidad para generar respuestas más tempranas a las crisis, anticiparse a las futuras necesidades y diseñar las medidas urgentes necesarias para cumplir la Agenda 2030.

Fuente: FAO

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