INCENDIOS FORESTALES
Apreciados amigos,
Definitivamente, la historia del señor que encontró a su esposa haciendo el amor con el vecino, en el sofá de su casa y para solucionar el problema vendió el sofá, tiene muchas aplicaciones en la vida cotidiana. En este caso me refiero a las recomendaciones que hizo el director de la CAR, de nombre Alfred Ballesteros, de sustituir las plantaciones de pinos y eucaliptos, por vegetación nativa para controlar los incendios forestales, ya que, supuestamente, estas especies eran altamente inflamables y facilitaban la quema de la vegetación regional, agregando, además, que no deberían sembrarse en áreas de recarga de acuíferos (como quien dice, en casi toda la cuenca hidrográfica).
Ante esta nueva andanada contra los pinos y los eucaliptos y sin entrar a cuestionar los conocimientos del señor Ballesteros sobre silvicultura o sobre incendios forestales, ni tampoco la eficacia y experiencia de la Corporación en el manejo de este tipo de conflagraciones, creo que vale la pena exponer algunos puntos de vista sobre el tema de los incendios forestales, las condiciones colombianas y las plantaciones en los alrededores de la Sabana de Bogotá, con el fin de propiciar un debate que se justifica plenamente en las actuales circunstancias.
Para comenzar con una verdad de perogrullo, la madera es un material básico para la humanidad, cuya demanda continúa y continuará en aumento y del cual la ciudad de Bogotá es altamente deficitaria, con el agravante de que una proporción grande de la madera que llega a la capital, procedente de los bosques nativos, es ilegal. De ahí la conveniencia de contar con cultivos forestales que ayuden a abastecer el mercado, dentro de los cuales algunas especies de pinos y eucaliptos han dado los mejores rendimientos en el altiplano cundiboyacense, aportando también beneficios ambientales .
Cabe decir también, que pinos y eucaliptos han sido ampliamente utilizados en los programas silviculturales de casi todo el mundo, inclusive en países donde las condiciones climáticas son mucho más propicias para los incendios forestales que las colombianas, como son los ubicados en la cuenca del Mediterráneo, gran parte de Estados Unidos, Chile, Australia y otros donde, hasta donde sabemos, las plantaciones son fomentadas, protegidas y apreciadas.
Con relación a lo anterior, es importante resaltar que, en general, Colombia presenta frente a los incendios forestales, un riesgo bastante bajo, debido a la prevalencia, en casi todo su territorio (y en especial donde se puede establecer exitosamente plantaciones), de humedades relativas superiores al 60%, durante la mayor parte del año. La humedad relativa es un parámetro fundamental para evaluar el riesgo de incendios forestales en todo el mundo. De hecho, se pueden mencionar varios intentos deliberados de incendiar plantaciones, en varios departamentos de Colombia, que han producido mínimos efectos, debido a la alta humedad ambiental. Como testimonio de ello se puede mostrar que muchos de los incendios forestales se combaten, en nuestro medio, con batefuegos, que son herramientas diseñadas principalmente, para la lucha contra incendios de baja intensidad. Todavía más, se puede verificar el historial de baja afectación por incendios de las empresas reforestadoras que plantan eucaliptos y/o pinos, el cual es sorprendentemente bajo, aún sin contar con brigadas especializadas en control, por parte de muchas organizaciones. Se aclara, eso si, que algunas empresas reforestadoras tienen amplia experiencia en el control de incendios y mantienen permanentemente programas de prevención y capacitación en este tema.
Otro aspecto que debe destacarse es que entre el 95 y el 99% de los incendios son provocados. Esos cuentos del vidrio en el campo o cosas similares que ayudan a iniciar incendios no son más que raras excepciones, si acaso ocurren. Estas estadísticas pueden verificarse en todo el mundo y Colombia no es la excepción. Inclusive, con dolor hay que decir que en los alrededores de algunas ciudades colombianas, se realizan incendios en las áreas silvestres con el fin de fomentar invasiones. Aun sin conocer a fondo los registros, es fácil verificar también que la proporción entre vegetación nativa que se pierde por incendios y la de plantaciones forestales, en Colombia, es muy alta, no solo porque las plantaciones, en su calidad de cultivos, son mejor protegidas y vigiladas, sino porque tradicionalmente uno de los mecanismos de colonización y ampliación de la frontera agrícola ha sido la quema de rastrojos y bosques nativos. Por este motivo, el caso de Cota, aunque muy llamativo no es representativo de la generalidad del país.
Sobre lo anterior hay que agregar que cuando un incendio se convierte en «incendio de copas» es de muy difícil extinción y requiere todo un proceso especializado de planeación, empleo de personal entrenado en manejo y control de incendios, monitoreo, utilización de herramientas especiales y otras medidas calificadas con las cuales no contamos sistemáticamente en nuestro medio. Son muy loables y admirables los esfuerzos de los cuerpos de bomberos de cada municipio y de otras organizaciones que trabajan en la prevención de desastres, pero, a diferencia de otros países, no hay una entidad significativa dedicada a los incendios forestales. Esto, para que quede claro, no es una queja, toda vez que verifica lo afirmado previamente, de que los incendios forestales que enfrentamos aquí distan mucho de tener las dimensiones y la intensidad de los que frecuentemente se dan en sitios como California, Australia, España o partes de China.
No se puede terminar este escrito sin mencionar que muchos de los pinos y los eucaliptos que se plantan en nuestro medio han evolucionado originariamente en áreas de baja precipitación y frecuente afectacion de incendios, por lo cual su resistencia al fuego es, normalmente, mayor que nuestras especies nativas. De hecho, para algunas especies de pinos centroamericanas, de las que plantamos en Colombia, el fuego constituye un mecanismo de reproblación de las áreas que se queman, al facilitar la apertura de los conos y la liberación de las semillas.
Resulta desconcertante que en un país que requiere de amplios programas de reforestación productiva, para consolidar un sector forestal de importancia, para reintegrar áreas desgastadas a la economía y a la protección, para defender los bosques nativos, para regular las corrientes de agua, para generar empleo en áreas marginales y para generar otros beneficios, las plantaciones forestales reciban las invectivas de algunos funcionarios que, paradójicamente, deberían ser sus apoyos. Esa contradicción entre un Estado que establece medidas de fomento a la silvicultura de plantaciones y unos funcionarios que pretenden acabarlas, no se entiende.
Obviamente, tampoco se entiende el argumento de eliminar las plantaciones por un supuesto riesgo de «inflamabilidad». Si así empezamos a pensar habría que sacar las bombas de gasolina de las ciudades, ya que manejan un material altamente inflamable. Y así muchas cosas. En otras palabras, nos tocaría vender el sofá.
Saludos
Jorge Berrío M.
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